divendres, 1 de febrer del 2008

Conferència Episcopal & PP

La jerarquia eclesiàstica n’està fent un gra massa. El manifest de la Conferencia Episcopal em sembla un insult. No tant per als qui no combreguem amb les creences religioses, que també, sinó molt especialment per als cristians i cristianes progressistes.
Si ja és trist que els bisbes més conservadors i reaccionaris intentin negar-nos els nostres drets i llibertats apel·lant a una falsa i molt discutible moralitat. Resulta patètic que ara pretenguin condicionar el vot de la gent fent campanya electoral a favor del PP.
Va home va! Si fins i tot a en Duran, conservador com ell sol, li ha calgut desmarcar-se de les declaracions de la Conferencia Episcopal. Si bé és cert que no afavorien gaire a UDC i les aspiracions de Duran de ser ministre...
La veritat és que els i les creients tenen tot tipus d’idees polítiques, afortunadament no tothom és tan reaccionari com la jerarquia fonamentalista clerical conservadora. Trobo que fora sà que els i les cristianes progressistes fessin sentir la seva veu.
Fora bo arraconar aquesta jerarquia fonamentalista i reaccionaria que no expressa ni representa les idees de la majoria de creients, i que sembla més pròpia de fa 40 anys.

3 comentaris:

Anònim ha dit...

Sabemos que el origen democrático de las normas no confiere automáticamente bondad o las hace indiscutibles. Si así fuera, no serían democráticas. El denostar a una persona, asociación o institución, como la Iglesia, por ejemplo, por criticar una norma emanada del Parlamento es manifestar la propia ignorancia sobre los mecanismos de la democracia. Negar la posibilidad de movilizarse legalmente contra una norma, para pedir su derogación o reforma es negar la existencia misma del gobierno representativo y los cauces de participación ciudadana.
Por eso resulta estrafalario el hablar de una alianza de la derecha y el Altar (Ramoneda, El País, 31 de enero) para movilizar a la opinión y cambiar una norma emanada de una institución democrática. ¿Cuál es el problema? La democracia no consiste en darle la razón a la izquierda. Es otra cosa. Los derechos de asociación, manifestación y expresión, incluso el de voto, permiten tanto la participación ciudadana como la pluralidad de ideas y la existencia de la opinión pública y, por tanto, su movilidad. Es una contradicción, por tanto, denunciar la propagación de ideas y valores ajenos por la simple razón de que son una crítica –legítima y legal– de los propios.
La paradoja muestra la degradación de cierta izquierda, esa que habla de la criminalización de las ideas en lo que se refiere a la ilegalización de Batasuna para acto seguido negarle la libertad de expresión a la Iglesia. O que habla del anacronismo de relacionar la religión y la política, pero no duda en pactar una lista electoral con el partido islámico Coalición por Melilla. Entonces, ¿qué es lo que molesta a esta izquierda de esa coincidencia entre la derecha y la Iglesia en la crítica a algunas de sus medidas?
El socialismo, en sus distintas vertientes, fue durante el siglo XX una religión laica. El endiosamiento del líder, su culto y exégesis, el santoral, los mártires, sus evangelios... Esa fe en el paraíso venidero que no fue más que un feo muestrario de dictaduras. Pero ya lo dijo Richard Pipes, aquel socialismo no fue una idea que salió mal, sino una mala idea. De esta manera, destrozado el templo soviético de la religión laica socialista, y marchito el Estado socialdemócrata, la izquierda se ha dedicado a pergeñar una nueva religión, una cosmovisión alternativa que le confiriera identidad.
En el camino, mientras la derecha ha conseguido aglutinar a liberales y conservadores en torno a unos métodos, principios y valores comunes, la izquierda sigue aún en construcción. Sólo eso explica su culto a la Z, al santoral de supersabios incluido Al Gore, los evangelios de Suso de Toro y demás apóstoles, la promesa del Estado plurinacional y el paraíso de la Alianza de Civilizaciones. Y prometen 400 euros a cada votante/cotizante si ganan las elecciones porque no son capaces de quitar el andamiaje de su nueva religión, que se nutre de lo políticamente correcto en este preciso segundo y de una larga lista de tópicos vacíos.
El resultado es que a la izquierda le irrita que la contradigan, que opinen sobre esas cosas que cree irrefutables, inefables y progresistas. Porque es, en definitiva, la vieja política, esa de la que decía Ortega que sólo pretendía la captación del Gobierno de España, frente a la nueva, preocupada por el aumento y fomento de la vitalidad de la sociedad española.
hilarioideas@hotmail.com

Anònim ha dit...

Las opiniones de la Iglesia han sido, simplemente, estigmatizadas, pero nunca sometidas al contraste con las opiniones de otros actores sociales que deberían de preocuparse por la formación de la opinión pública política. ¿Dónde están esos actores? Callados. Subvencionados. Silenciados por el Gobierno. Muertos. ¿O acaso cree alguien que, aparte de la nota de la Iglesia católica, existe una institución en España con fuerza moral y calidad intelectual suficientes para evaluar el deterioro de nuestras instituciones? ¿Cree algún español que existe una institución equiparable en coraje moral a la Iglesia católica dispuesta a decirle a las elites políticas su opinión sobre el aborto, la educación, la familia, la legislación sobre la historia, etcétera?
Nadie se engañe. Sin sociedad civil desarrollada la democracia queda reducida a un juego cruel entre elites políticas. Parece que las instituciones clave de la sociedad civil, ésas que deberían dar opiniones competentes, han desaparecido. Excepto la Iglesia católica, poquísimas son las voces dispuestas y capaces a orientar moral y políticamente a los ciudadanos sobre la participación en el proceso electoral. Ésa es, en efecto, la tragedia. La vacuidad y el deterioro de cientos de "instituciones" que no sirven ni siquiera para dar opiniones políticas, más o menos solventes, sobre materias que les competen. Que sea la Iglesia católica la única institución autónoma y soberana respecto a los partidos políticos, y respecto al Estado, es una tragedia nacional.
Felicitemos, pues, a la Conferencia Episcopal española por defender su autonomía y exijamos al resto de la sociedad civil que siga su ejemplo, o sea, participe en el proceso de formación política de la voluntad democrática. ¿O acaso el Gobierno se atrevería a estigmatizar a la Academia de Medicina por sacar un documento a favor del derecho a la vida y contra el aborto? ¿Se atrevería el Gobierno a descalificar la opinión de la Academia de la Historia por criticar una ley sobre qué tipo de historia debe enseñarse a nuestros escolares?


Un saludo y gracias por facilitarme el derecho a la libertad de expresión.

"Puede que no esté de acuerdo con su opinión, pero lucharé para que nadie le impida expresarla"
Hilarioideas@hotmail.com
MOVIMIENTO LIBERAL

Anna Mir ha dit...

Benvolgut Hilario,
Gràcies pels teus comentaris, encara que no els comparteixo.
Al contrari, estic convençuda que l'Església ha de poder expressar les seves opinions com qualsevol altre institució o persona a títol individual però, no ha d'orientar el vot dels fidels. No ha de demanar el vot per a cap partit polític, ni expressar-se en contra de cap opció política.

L'Església ha de ser respectuosa amb totes les opcions ideològiques, per bé que aquestes puguin no ser afins als seus valors morals.
Em sorprèn quan dius: "Que sea la Iglesia católica la única institución autónoma y soberana respecto a los partidos políticos, y respecto al Estado, es una tragedia nacional."
De debò creus que la jerarquia eclesiàstica ha donat mostra de cap autonomia?
Una institució autònoma no s'alinea amb una opció política en temps de campanya electoral.

Hilario, siguem francs i no ens enganyem, la jerarquia eclesiàstica va de la mà del PP. I aquesta és la tragèdia.
Si una cosa reivindiquem i demanem els qui creiem en la necessària laïcitat de l'Estat, és que l'Església sigui independent i autònoma, i sàpiga mantenir-se al seu lloc. Que òbviament no és fent campanya electoral al costat del PP.